15/5/12

Para morderle las ruedas al cañón


El niño llora. Gesticula con sus pequeñas manos
e intenta tocarlo todo.
Permanece oculto en su capazo mientras
insiste en descubrir el mundo con su lengua
y balbucea  porque el nuevo niño será un gran halcón
preparado.

Las desilusiones le hacen fuerte
el miedo, la ira y el rencor le preparan para olvidar pronto
que volar es algo mágico.
Se va acostumbrando a una nueva fama,
los 230 kilómetros por hora 
son los requerimientos del cazador,
la alquimia del capitalismo embravecido,
la comodidad de sus gemelos de acero cepillado.

De uniforme y herramientas dotado.
El halcón plumado ha probado la sangre y las vísceras,
ha conocido las ciudades de cartón
y ha fabricado un mundo de calor sucio, negro, tóxico, metálico, plástico.

Vamos respirando, latiendo, subiendo la persiana a diario,
se alimenta de menús precocinados,
se asea, se enjuaga, se da brillo a diario,
es un animal muy educado que jamás volverá a mirar atrás
a arrepentirse de algo
tiende a olvidar lo primitivo y mágico,
vive dando razón a lo inhumano, y piensa poco en ello
para no envejecer por falta de sueño.