6/3/14

a escondidas

Me muero por los Blogs que no tienen visitas. Esos sitios donde entras por causalidad y descubres entrada tras entrada la ausencia de comentarios.
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publicado mañana, 0 coments.

Así algunos durante meses y años. Lugares escondidos como el último cajón del escritorio donde se guardan las cosas más importantes. Yo me asomo a mirar, me gustan los blogs de mujeres, siento que estoy espiándolas como el hombre invisible tras la cortina del baño. Me gustan las palabras tiernas escritas por cientos de Amelie's anónimas que lo más que muestran es alguna afición furtiva y una foto de espaldas en la playa.
A veces tengo la tentación y dejo algún comentario y digo pocas cosas, pero me gusta que lo dicho suene a abrazo fuerte, a compañía... a yo curioseo tus cosas pero no rozo ni por un momento el suave batir de tus alas de mariposa.

Si suena el timbre de tu casa y al abrir no hay nadie en la puerta, busca un comentario mío en tu blog.

n.o.s.u.e.ñ.o.

Mejor haber soñado y perdido que nunca haber amado

Algunos o algún día digo sueñan
y cuentan sus sueños, los viven y les pertenecen.
Yo no.

Soñé claro, en tiempo imperfecto digo,
existía el color verde asteroide,
los viajes en el tiempo, los inventores. Soñé.

Soñé.
El humo de la chimenea siempre olía a canela,
yo era meteorólogo de poetas
era… mi propia seré llena de sueños
y hoy perfecto impefecto simple del condicional compuesto.

La vida es la vida de ayer del sueño de mañana.
Más sencillo,
la vida de hoy es para mañana el sueño de ayer.
El sueño de ayer, mañana ya no lo tengo.
simplemente me dejaron de fascinar los fuegos artificiales
una ausencia de ganas de uno mismo.

Yo no soñé nada de esto.
Te envidio.

recuerdo.

El abuelo de Manolo se murió. Eso es así pero yo no sé cuando fue. Pero Manolo me lo contó y yo escribí de aquello y también de su abuela a quien se le aparecía por las noches San Antonio con el mismo aspecto que tenía en la imagen de su cabecero.
El abuelo de Manolo murió y él no lo entendió, tampoco yo entendía como podía disfrutar leyendo el Guardián entre el Centeno mientras mi abuelo estaba muy enfermo en otra habitación.
Él era un niño, pedimos dos pinchitos de tortilla, y le dijeron que su abuelo había muerto. ¿Cómo lo diría yo? Si hiciéramos un estudio minucioso de la mente de un niño los resultados serían concluyentes: los niños aprenden por asociación, les determina lo que ven, su entorno, lo que han conocido, las secuencias lógicas…
La explicación de un niño es poesía. ¡Qué balbuceas Arturo, cuándo los niños escriben poesía! Porque Manolo pensó que su abuelo no podía morir, su abuelo no era viejo que no usaba bastón. ¡Hay lo tienen un perfecto verso Alejandrino que bien podríamos encontrar en el bolsillo de Manolo!

Escupe a tus amigos para diferenciar el grano de la paja.

¿Por qué escribes parrafadas Walt Whitman?
¿Qué es de tu vida chico de Parla? ¿Qué juegos alimentas?

Es mi selección natural,
la saliva ajena en la cara.
Escribir es escupir y que te escupan
y para escupir hay que saber dónde tenemos la boca y las yagas
que abusen de ti, que no importen tus lagrimas,
saber dónde viven las salamandras de dos cabezas.

¡Qué inocencia estúpida la noche lejana!
¡Qué inocencia busca y ya no existe!
Escupe al aire desde estos versos y al silencio,
Al aire que mi corazón está abierto en un yeye que no para.
Escupe con todo, con el Darío de tus labios y con los codos.


Este libro lleno de llantos es mi libro,
Mi río en testamento, mi Andalucía.
Súbanle el volumen a estas hojas humanas,
a este manual terrenal lleno de espacios amargos,
a la infecta saliva de un perro rabioso lamiéndome la boca.
A estos escritos de Parla en hojas que se pudren sobre la hierba quemada.

Vampiro a mi pesar

Esta mañana en ayunas hice cola en la seguridad social porque tenía pendiente una extracción de sangre. En la cola bostezaba para mostrar a todos mi total tranquilidad ante el proceso; La absoluta normalidad y rutina que para mí suponía sacarme dos tubitos de sangre. Una mujer bajita exclama: “Tengo más miedo que vergüenza” y yo sonrío y muestro a todos mi sonrisa, una sonrisa que dice: “tranquila señora puro trámite”. Soy el cuarto en la cola pero me gustaría ser el primero, la punta de la lanza, la persona a la que todos miran por romper el hielo. El más valiente.
Cinco minutos después estoy en el umbral de la puerta, mirando las extracciones como quien no tiene nada que temer. Me piden los datos y doy mi nombre y apellidos con una voz segura y firme. Una voz que dice: “Si tienen que usar bisturí úsenlo no hay problema”. Una voz dura como la de Paquirri: “Abran lo que tengan que abrir”.
Me siento ante un enfermero de barba; Yo ya llevo el brazo descubierto y se lo pongo en la boca: “¡Aquí hay un macho!”.
Con el ojo derecho miro su mano para asegurarme de su buen pulso. La aguja es corta pero bastante gorda, el enfermero ni se inmuta, no vacila, no se detiene a mirarme a los ojos y se acerca sin poesía. – ¡Ay mamá! Si al final me sacarán sangre y todo.

Escritos en ebrio.

- ¡Princesaaa….Gunananagugugunnaaaaaaaahhhh. Juuaaaaaaaaa!
Esto que acaban de intentar leer Señores y Señoras es un puto verso.
Un verso sonoro emitido en Madrid tal cual,
un verso que ha recorrido el mundo de cubata en cubata por las noches
tan gutural como sincero.
Capaz de espantar a las receptoras más estúpidas,
un seleccionador mordaz que tiene alas por ojos.
y problemas irresolubles.

Este verso tiene problemas irresolubles,
viaja en el autobús de las cinco de la mañana,
no le gusta pensar en sus dolores de cabeza,
mal que le pese: Desafina, se tropieza, pota
pero al menos no se cree el centro del universo.
De no acudir a recitales, padece un alcoholismo severo,
se ha perdido en la cola del Carrefour
hay una recompensa para quién lo encuentre,
su raíz latina le delata,
responde a las palabras con bostezos.

Telegrama de una angustia supuesta.

La angustia pasa, te persuade.

Gritas al telegrama, desde la cicatriz de tu labio,
una voz que quiere ser yo
y la angustia pasa y nadie lo sabe y vives
en esa parte del cerebro tan visual...
Te sorprendes sonriendo una tarde entre la gente
atas los cordones de tus zapatillas
haces cola en las puertas de los cines
usas guantes y bufanda para no resfriarte.

Te llama la angustia y no puedes llamar a nadie
eres el adivinador, el dueño del porvenir,
eres un oráculo de melitracen que está frío ante las palabras claves.
Las autopreguntas responden
al silencio de tus servicios como adivino.

Evocaciones para el paisaje I

Estas letras primeras eran un cuento antiguo narrado por poetas. Decían que por un valle verde cruzaban dos ríos y en sus orillas, cientos de árboles inclinando sus ramas, bebían agua. Estos árboles de piel blanca y hoja ancha tuvieron miles de hijos nacidos de una reverencia al río.

Poetas que ya no viven, dejaron escrito que los pequeños nacieron empujados por el útero cervical de sus madres, en dolorosa curvatura. Los jóvenes huyeron, dejaron la sombra paterna y el frescor del río, comenzaron una peregrinación por la montaña buscando el nacimiento de las aguas y el primer sol de marzo. Era primavera y sus pechos fuertes abrían sendero en la espesura.

Los poetas lo dejaron escrito: “Vimos ascender un atronador pimpollar ondulante de raíces de fuego”.

En verano en son de selva, llegaron a la cumbre. A la punta más alta de la montaña donde termina el camino y un aire, severo de oxígeno, comenzó a pintar de marrón las tiernas hojas del enjambre. Las rocas duras y lamidas consumieron poco a poco a los nutritivos árboles.

Los poetas estaban durmiendo cuando los árboles se convirtieron en silencio, hasta que en primavera, de nuevo, unos cuantos valientes se estremecieron desde dentro, y una nueva bocanada salpicó el cielo de árboles voladores: “Mientras mirábamos la hierba, un estruendo gigantesco hizo respirar toda la tierra. Eran los árboles de la cumbre quejándose de nuevo, corrimos tras las musas pensando que iniciaban su descenso. Entonces vimos como se inclinaban hacia el pueblo con extensa sombra y de sus millones de ramas en movimiento, pequeños vástagos perfilaron el cielo al batir de sus raíces“.

Si algún día encontráis una pradera blanca y el camino de lo que un día fueron dos ríos, buscar unos esqueletos de árbol en alabanza señalando al norte, que vuestros ojos recorran la montaña hasta que se parta con el cielo. Allí hay una espesura gris de troncos en herrumbre. Desde el árbol más ancho, delante de la tumba de los poetas, apoyando la cabeza sobre su útero cervical, yo escribo.