P.M.A. para facebook


Para que mi nombre creciera sobre el suelo,
para alcanzar este índice de masa particular y estable
hizo falta una prodigiosa combinatoria.


Es oficial. La tierra pesa seis mil trillones de toneladas,
trillón arriba, trillón abajo en redondo,
constante e inalterable.

Así fue como…


Las carnes de los dinosaurios podridas y ordenadas dieron humanos
y los bloques y los coches surgidos de las oquedades de la tierra,
como los perfumes de una rosa transformados en lava volcánica,
donde un antiguo trilobites conoce el secreto atómico del árbol del paraíso
y Ersikine Caldwell que fue la madera de un barco fenicio,
Y varias hojas de roble que ayer se cayeron de mis ojos
creando una inapreciable humedad relativa de veintiún gramos.


Así sucesivamente para dar siempre el mismo peso
la misma forma ovalada y achatada por los polos,
el mismo abono orgánico en engañosas metamorfosis.


Hubo excepciones.
Basura espacial, deidades de peso neutro, astronautas, meteoros
visitantes de Marte, satélites, telescopios, centrales nucleares,
tuercas y tornillos circundando la tierra a treinta mil kilómetros por hora.
Hubo excepciones aquí y allá
olvidando que las moléculas no tienen forma definida por si mismas.


La voluntad de esta energía violenta y cambiante no es nuestra.
El oxígeno acelera el proceso,
el tiempo conoce el modelo y
elabora cálculos matemáticos, ecuaciones, sistemas
donde el humo de las chimeneas de un crematorio
acaba siendo el polvo de unas estanterías de libros leídos.
Kafka intuía las posibilidades de este prodigio…
El dolor de las letras de la imprenta de un Quijote,
una poderosa estrella convertida en bacteria o mosca
y varias toneladas del Titanic que varadas en Bahía Blanca
ayer fueron efímeros castillos de arena devorados por cangrejos ermitaños.


En una realidad cambiante y poderosa,
en un budismo químico, calculado hasta el átomo,
mis ojos ya no sé lo que fueron, ni lo que serán,
no sé si podrán llevarse todo las noches que han visto
y a todos los niños que no han conocido.