6/3/14

Evocaciones para el paisaje I

Estas letras primeras eran un cuento antiguo narrado por poetas. Decían que por un valle verde cruzaban dos ríos y en sus orillas, cientos de árboles inclinando sus ramas, bebían agua. Estos árboles de piel blanca y hoja ancha tuvieron miles de hijos nacidos de una reverencia al río.

Poetas que ya no viven, dejaron escrito que los pequeños nacieron empujados por el útero cervical de sus madres, en dolorosa curvatura. Los jóvenes huyeron, dejaron la sombra paterna y el frescor del río, comenzaron una peregrinación por la montaña buscando el nacimiento de las aguas y el primer sol de marzo. Era primavera y sus pechos fuertes abrían sendero en la espesura.

Los poetas lo dejaron escrito: “Vimos ascender un atronador pimpollar ondulante de raíces de fuego”.

En verano en son de selva, llegaron a la cumbre. A la punta más alta de la montaña donde termina el camino y un aire, severo de oxígeno, comenzó a pintar de marrón las tiernas hojas del enjambre. Las rocas duras y lamidas consumieron poco a poco a los nutritivos árboles.

Los poetas estaban durmiendo cuando los árboles se convirtieron en silencio, hasta que en primavera, de nuevo, unos cuantos valientes se estremecieron desde dentro, y una nueva bocanada salpicó el cielo de árboles voladores: “Mientras mirábamos la hierba, un estruendo gigantesco hizo respirar toda la tierra. Eran los árboles de la cumbre quejándose de nuevo, corrimos tras las musas pensando que iniciaban su descenso. Entonces vimos como se inclinaban hacia el pueblo con extensa sombra y de sus millones de ramas en movimiento, pequeños vástagos perfilaron el cielo al batir de sus raíces“.

Si algún día encontráis una pradera blanca y el camino de lo que un día fueron dos ríos, buscar unos esqueletos de árbol en alabanza señalando al norte, que vuestros ojos recorran la montaña hasta que se parta con el cielo. Allí hay una espesura gris de troncos en herrumbre. Desde el árbol más ancho, delante de la tumba de los poetas, apoyando la cabeza sobre su útero cervical, yo escribo.

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